lunes, 12 de enero de 2015

Zoom, de Istvan Banyai


El universo de Banyai se erige en Zoom sin poder dejar indiferente al interpretador, no digo lector para no crear confusión a quien quiera y se atreva a adentrarse en la mente paranoide del ilustrador húngaro. El argumento, aunque pueda parecer sencillo, está estructurado en una compleja amalgama de situaciones que se contextualizan bajo un marco cada vez más amplio.

De un modo, sin lugar a dudas, fílmico, Banyai nos presenta en la primera página de su obra un cuerpo semi-estrellado, que resulta ser nada más y nada menos que la cresta de un gallo, y que el espectador no es capaz de interpretar hasta que pasa a la siguiente ilustración, de manera que el hilo de la historia se encuentra supeditado precisamente a eso: a dejarse llevar en un zoom inverso que permite la observación discrecional de lo que está ocurriendo y a manejar diversos universos superpuestos (a modo de muñeca rusa) para discernir la realidad de la ficción.

Por otro lado, es interesante al menos mencionar la situación geográfica de la acción. Y la decimocuarta ilustración nos da la primera pista: la revista, dentro de la cual se encuentra la mujer que compone la maqueta donde se encuentran los niños que observan al gallo, es sostenida por un hombre que viaja en un crucero de la empresa California Cruise Line. Sin embargo, y a pesar de esta primera referencia, al mismo tiempo caemos en la cuenta de que se trata de un cartel publicitario y, en fin, de otra situación ficcional. Pero los saltos geográficos argumentales no acaban ahí, sino que nos conducen, a través de un sello postal, hasta una carta remitida desde Arizona a algún lugar de las Islas Salomón donde se encuentra Mr. Taumata Tafia, jefe tribal.

El servicio de correo aéreo es la vía a través de la cual llega la carta, pero también engarza con las secuencias subsiguientes que aporta Banyai con sus ilustraciones. El espectador se aleja progresivamente del planeta Tierra hasta que solo se observa un punto en la lejanía, dando la sensación de que quizá la obra no haya terminado, pues bien sabemos que podría tratarse, por ejemplo, de una diminuta mancha blanca en una camiseta oscura.

La relatividad del conjunto opera en el interpretador en tanto que muestra la insignificancia de nuestra existencia, de modo similar a la majestuosa escena final del mediocre filme Men in Black del director estadounidense Barry Sonnenfeld donde, en un claro intertexto con la obra de Banyai, una cámara recoge otro zoom inverso partiendo de la tierra hasta englobar todo el universo en una minúscula canica que, junto a otras muchas, son empleadas por un ser monstruoso para su propio entretenimiento.

Entiendo, a raíz de la infinidad de interpretaciones que surgen de la visualización de la obra, que su aplicación didáctica en el aula es, a su vez, casi inagotable para cualquier nivel. Desde primaria hasta la secundaria e, incluso, en el bachillerato.


Podemos pedirles a nuestros alumnos más jóvenes que compongan por grupos una historia similar en formato escrito o que contextualicen el final de la obra en un nivel todavía superior. Para cursos más avanzados, podemos encargar actividades de reflexión o de interrelación de esta técnica visual con su adaptación al género escrito en la literatura española o universal. También sería muy interesante trabajar otro de los álbumes ilustrados de Banyai, titulado El otro lado (2005), cuya complejidad interpretativa impide su aplicación didáctica en los niveles inferiores de la etapa de la educación obligatoria, pero que no deja de reflexionar sobre la alteridad y la ambigüedad que supone la observación de una situación desde diferentes puntos de vista. Porque el germen de la obra de Banyai se sitúa justamente en esa coordenada: el ir más allá de la unanimidad.

Guillermo J. Penadés Rubio

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